Hamid es un hombre de fe y es fiel a Alá. Yo, si debo creer en algo o alguien, prefiero hacerlo en Hamid
Hace justo un año que despedía del desierto de Marruecos dando por hecho que regresaría cuando pasara el calor del verano.
Una de las cosas que añoro más de mi vida en el Erg Chebbi son las charlas con Hamid en su taller. Hamid transmite paz cuando le miras a los ojos. Desde muy joven empezó a trastear motores de todo tipo hasta convertirse en el mejor mecánico de la provincia de Errachidia. No han sido pocas las veces que me ha prestado su taller para hacerle el mantenimiento a la Zebra Roja y a Tormenta. Él sabe que tiene carta blanca para meterle mano a mi coche, pero no a mi moto, a pesar de que es un mecánico meticuloso y cuidadoso.
Mototerapia
Esta mañana, cuando estaba en mi sesión de mototerapia con la doctora Tormenta, he recordado un texto que escribí, hará ya unos cinco años, sobre una de esas charlas con Hamid. Se trata de una historia con un mensaje muy positivo y lleno de esperanza. Es una historia real, de personas reales, que me acerca espiritualmente a la esencia del desierto y a lo que significa para mí.
Una charla entre amigos
Era un caluroso día de junio y había quedado con Hamid en Erfoud para que me ayudara a resolver un asunto. Antes de volver a casa, en Takojt, estuvimos charlando un rato resguardados bajo la sombra de un edificio. Le comenté que había visto a su hija muy bien y le pregunté si ya se había recuperado al cien por cien. Me miró con una sonrisa inerte. Tardó en contestar.
Hamid tiene una niña y un niño pequeños. A su hija, a los pocos meses de nacer, le apareció un tumor en el cuello. La llevó al hospital de Errachidia, en donde le dijeron que la niña era demasiado pequeña para practicarle una operación, por lo que debería esperar. Los días iban pasando y el tumor se iba haciendo cada vez más grande. Hamid, muy preocupado, no quiso esperar más y decidió encontrar una solución lo más pronto posible. Durante meses recorrió todas las clínicas y hospitales de las grandes ciudades de Marruecos. La búsqueda se convirtió en una pesadilla de miles de kilómetros en coche, llenos de desesperación. Los médicos y cirujanos no se atrevían a operar, seguramente por la falta de medios y experiencia.
En Rabat, la gran capital, le añadían a una larga lista que superaba el año de espera. En una clínica privada le pedían 2.000 Euros por la operación. Eso era una fortuna que el cabeza de familia no podía asumir. Algunos familiares que disponían del dinero, ni siquiera se ofrecieron para ayudarle. Cuando Hamid me explicaba la odisea que pasó durante un año, veía en sus ojos el martirio que supuso. La situación era tan desmoralizante que no le quedó más remedio que encomendarse a Alá. Si su hija vivía o moría ya no estaba en sus manos.
Cuando Hamid ya estaba completamente derrumbado, volviendo a casa desde Fez en donde había salido del hospital con su hija, de nuevo con las manos vacías, digno de un luchador que nunca abandona decidió volver a visitar el hospital de Errachidia. Y cómo son las cosas que después de un año, cuando en ese mismo hospital le habían dicho que no se podía hacer nada, Hamid encontró, en el lugar y momento adecuado, a la persona adecuada. Al cabo de des dos días operaron a su hija en ese mismo hospital.
Fuerza y esperanza
A mi amigo le brillaban los ojos cuando me contaba que la operación había durado cuatro horas. Fueron cuatro horas muy largas, de muchos nervios, sin saber si él y su esposa volverían a ver a su hija con vida. Se les paró el corazón cuando apareció el doctor, pero la operación había ido bien y eso alimentó su esperanza. Al día siguiente de la interveción, como si de un milagro se tratara, la niña estaba feliz y jugaba. “Era como si me hubiesen cambiado a mi niña por otra”, me confesó Hamid. Le pareció increíble el resultado.
Estoy seguro de que cuando Hamid mira a su hija, piensa en todo lo que ha pasado. Cuando estaba a punto de tirar la toalla encontró la solución. La vida de su hija estaba en sus manos y no poder hacer nada por ella le había hundido en la angustia. Hamid no se rindió y después de esa experiencia sé que nunca lo hará. Esto es algo que me hace pensar que es alguien en quien confiar, que conoce el valor del esfuerzo y de la perseverancia, y que en la vida no queda otra que luchar hasta el final.
Hamid es un hombre de fe y es fiel a Alá. Yo, si debo creer en algo o alguien, prefiero hacerlo en Hamid.